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¡LA SANTIDAD CONVIENE A TU CASA!

  • mayesil
  • 22 dic 2024
  • 6 Min. de lectura


«Tus testimonios son muy firmes; La santidad conviene a tu casa, Oh Jehová, por los siglos y para siempre» (Salmos 93:5).

 

Su iglesia es la casa de Dios, y debe ser pura, pues fue consagrada y apartada por un Dios 3 veces santo, para su servicio y adoración. La santidad es su vestido y ropaje que la embellece (“la hermosura de la santidad”. Sal 96:9), le da fuerza y seguridad; por tanto, la santidad conviene a la casa de Dios, ahora y hasta la eternidad.

 

Las modas cambian y pasan, y lo que conviene en un tiempo, no conviene en otro; pero la santidad siempre conviene a la iglesia, no pasa de moda. Y al contrario, nada es tan inconveniente para los adoradores del Dios santo, como la impiedad.

 

1. LA FIRMEZA DE SUS TESTIMONIOS.

 

El tema principal del Salmo 93, en el cual esta esta cita, es el reino de Dios, el reino del Mesías, de la gracia. Nos muestra su certeza, firmeza y eternidad, establecido bajo las promesas firmes de Dios, en su testimonio, a pesar de la oposición de sus enemigos (“el estruendo de las muchas aguas”. V4).

 

SU REINO FIRMEMEMENTE ESTABLECIDO:

Su palabra ha sido dada y todos los santos pueden confiar en ella. Lo que se haya anunciado acerca del reino del Mesías debe cumplirse a su debido tiempo” (M. Henry). Dios estableció a Cristo como Rey (Sal 2:6-7). Él vino al mundo a establecer su Reino (Is 9:6). Su reino es eterno, fue establecido para siempre; el Señor lo prometió (Is 9:7). Su reino es como el gran de mostaza (Lc 13:19). Es como la levadura (Mt 13:33). Todos los reinos de la tierra serán suyos (Sal 2:8-9). Él desmenuzará a todos los imperios (Dn 2:35). Someterá a todos sus enemigos (1 Co 15:25-26).

 

SUS TESTIMONIOS SON FIRMES:

“Todas sus promesas son inviolablemente fieles. Así como Dios es capaz de proteger a su iglesia, también es fiel a las promesas que ha hecho de su seguridad y victoria. Su palabra ha sido transmitida, y todos los santos pueden confiar en ella” (M. Henry). El Dios Trino da testimonio en el cielo (1 Jn 5:7). Sus testimonios son fieles (Sal 19:7). Son fieles, y también rectos (Sal 119:138). Son maravillosos (Sal 119:129). Son Justicia eterna (Sal 119:144). Nunca pasarán (Mt 24:35). Son inmutables (He 6:17-18). Dios nos dio testimonio de su Hijo, sobre la vida eterna (1 Jn 5:11). Sus testimonios nos prometen una herencia eterna (Sal 119:111). Hablemos conforme al testimonio de Dios (Is 8:20).

 

Hermanos, y como sus testimonios son firmes, hay que obedecerlos, creerlos, y anunciarlos.

 

2. UN REINO SANTO.

 

El Señor reina con poder, justicia y santidad. Su Ley es firme, estable, Santa. Tal el Rey, tal su reino, santo.

 

UN DIOS SANTO: 

Él es Dios Santo (Jos 24:19). En Él se hallan todas las excelencias y perfecciones morales. Nos hace verlo con asombro y admiración. Su santidad es lo opuesto al hombre caído, esclavo del pecado, es lo que más separa al hombre de Dios. Es como comparar Su Poder con nuestra debilidad. Es la pureza total, sin la más leve sombra de pecado (1 Jn 1:5). Jehová es el Santo de Israel (Is 45:11; 48:17). Él es Santo (Sal 99:5). Jehová nuestro Dios es Santo (Sal 99:9). Es magnifico en santidad (Éx 15:11). Su santidad lo embellece aún más (Sal 96:9). Su nombre es Santo (Sal 103:1). Santificado debe ser Su nombre (Mt 6:9). En los sacerdotes Dios esperaba ser santificado, no para ser hecho santo, sino para ser declarado, obedecido y adorado como tal (Lv 10:3). Su brazo poderoso es Santo (Sal 98:1). Dios jura por su santidad porque es la expresión más plena de sí mismo (Sal 89:35).

 

Cristo también es Santo, nació Santo (Lc 1:35). Cristo es el Santo de Dios (Mc 1:24). Cristo vino como el Santo Cordero sin mancha ni contaminación, para rescatarnos (1 P 1:18-19). Cristo, como sacerdote y altar, se santificó a sí mismo como sacrificio por su pueblo (Jn 17:19). La tercera persona de la Trinidad, también es Santo, por eso su nombre Espíritu “Santo”. Es el Espíritu de Santidad que declaró a Cristo Hijo de Dios (Ro 1:4).

 

Servimos a un Dios tres veces Santo. Los serafines decían Santo, Santo, Santo (Is 6:3). Los 4 seres vivientes también glorificaban al tres veces Santo (Ap 4:8). Los dioses del mundo en cambio, son inmorales, promueven el pecado. Nosotros tenemos un Dios Santo, que no se complace en la maldad, la inmundicia, ni con el inmundo (Sal 5:4-5).

 

UNA LEY SANTA:

Su Ley, sus mandamientos, son santos (Ro 7:12). Su Palabra es santa (Sal 105:42). Su Palabra es limpia (Sal 12:6). Sus preceptos son rectos y puros (Sal 19:8). Sumamente pura es su Palabra (Sal 119:140).

 

UNA CASA SANTA: 

La casa de Dios está grabada con la santidad (Zac 14:20). Su Templo, su casa, era santo (Sal 138:2). La tierra que estaba pisando Moisés (Monte Horeb, Sinaí), era santa por la presencia de Dios allí, tipificaba su casa santa (Éx 3:5). El monte Sión, que tipifica la iglesia, es santo (Sal 2:6). La esposa de Cristo es sin mancha (Cant 4:7). Su pueblo es nación santa (1 P 2:9). Cristo se entregó por su iglesia para santificarla (Ef 5:26-27). Cristo nos reconcilió para presentarnos santos y sin mancha a Dios (Col 1:21-22). La nueva Jerusalén es Santa (Ap 21:10). Nada inmundo entrará en ella (Ap 21:27). Por eso anunciamos a Cristo, para que los hombres puedan ser perfectos y santos (Col 1:28).

 

3. LA SANTIDAD CONVIENE A SU CASA.

 

Tenemos un Dios Santo, que tiene una Ley santa, y una casa santa, por tanto, su pueblo, es un pueblo santo.

 

UN PUEBLO SANTO (SANTIFICACIÓN POSICIONAL):

Todo creyente es santificado (apartado) para Dios por la justificación. Es declarado e identificado como un santo. Esta santificación es posicional e instantánea y no debe ser confundida con la santificación progresiva. Fuimos santificados por el Padre (Jud 1:1). Fuimos santificados al creer, en la justificación (1 Co 6:11). Fuimos hechos en Cristo santificación (1 Co 1:30). Fuimos santificados por el sacrificio de Cristo ( (He 10:10). Cristo nos santificó con su sangre (He 13:12). Con su sacrificio nos dio santificación eterna (He 10:14). Fuimos santificados mediante el Espíritu Santo (2 Ts 2:13). Fuimos elegidos en santificación del Espíritu (1 P 1:2). Los santificados tienen una herencia eterna (Hc 20:32). Cristo santificó a su pueblo, y continúa haciéndolo hasta el fin (He 2:11).

 

UN PUEBLO SANTO (SANTIFICACIÓN PROGRESIVA):

Por la obra del Espíritu Santo también hay una santificación progresiva por la cual el estado del creyente es traído a un punto más cercano a la posición que disfruta por la justificación. Por la obediencia a la Palabra de Dios y la capacidad dada por el Espíritu Santo, el creyente es capaz de vivir una vida de mayor santidad en conformidad a la voluntad de Dios, volviéndose más y más como nuestro Señor Jesucristo. El mundo no tiene problema con la moralidad, pero si con la santidad; la aborrece, desprecia, hace burla de ella. Los antinomianos en la iglesia también aborrecen la santidad, para ellos es legalismo, fariseísmo, fanatismo, santurronería, puritanismo. La iglesia de Roma no es una iglesia santa, no ha sido lavada por la sangre de Cristo, sus doctrinas son corrompidas, sus lideres, no solo son herejes, sino, y no en pocos casos, inmorales, pervertidos, que promueven el pecado. Sus fiestas son llenas de superstición, idolatría, es perversión de la santa Palabra de Dios; además incitan el pecado, la inmoralidad, el libertinaje, el desenfreno. Hemos sido santificados, tenemos un llamado a la santidad (1 Co 1:2). El Dios Santo manda a su pueblo a ser santo (Lv 19:3). Nuestro caminar debe ser de santidad (Is 35:8).

 

Pablo era celoso que la iglesia fuera santa para Cristo (2 Co 11:2). Los pastores deben ser santos, y promoverlo en la iglesia; los miembros deben ser santos; las ordenanzas deben ser santas; nuestra fe, disciplina, práctica, intenciones, deben ser también santas. La voluntad de Dios es nuestra santificación (1 Ts 4:3). Nuestro lecho matrimonial debe ser en santidad (1 Ts 4:4-5). Huyamos de la fornicación, seamos puros (1 Co 6:18-20). Nuestro cuerpo es templo del Espíritu, guardémoslo santo (1 Co 6:19-20). No destruyamos nuestro templo (1 Co 3:16-17). Presentemos nuestros miembros para la santidad (Ro 6:19). Lo que vemos, oímos, hablamos, pensamos, amamos. Somos santificados en la Palabra (Jn 17:17). Debemos leerla diligentemente, escudriñarla, meditar en ella, aprendérnosla, amarla, ponerla en práctica. Nuestro fruto debe ser la santificación (Ro 6:22). Seamos santos, porque el que nos llamó es Santo (1 P 1:15-16). Purifiquémonos, porque Él que nos salvó es Puro (1 Jn 3:3). Santifiquémonos todos los días, porque el que nos renueva es el Espíritu Santo (Ti 3:5). 

 

La gracia barata que se presenta hoy en los púlpitos contradice esto, pero debemos obedecer la Palabra. Es un llamado a cada uno de nosotros: mortificar, morir, combatir, luchar con el pecado, no verlo con ligereza; porque la santidad conviene a su casa. Sin santidad nadie será salvo (He 12:14). Debemos ser diligentes para ser hallados sin mancha (2 P 3:14). El Señor es poderoso para presentarnos sin mancha delante de su Gloria (Jud 1:24). Limpiémonos, santifiquémonos, hay grandes promesas (2 Co 7:1). Que el Señor nos santifique por completo (1 Ts 5:23).


La santidad conviene a nuestras vidas, a nuestras almas, a nuestros hogares, a nuestra congregación. ¡La santidad conviene a tu casa! “Tus testimonios son muy firmes; La santidad conviene a tu casa, Oh Jehová, por los siglos y para siempre”.


X SU GRACIA: Comunidad Cristiana.


Escucha el sermón del domingo 22 de Diciembre de 2024: ¡LA SANTIDAD CONVIENE A TU CASA!



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